Riga, art nouveau por todo lo alto
La capital de Letonia es poco conocida como destino turístico, pero merece mucho la pena. El paseo por su centro descubre, por ejemplo, la calle Alberta, con fabulosos edificios eclécticos con toques art nouveau diseñados por Mikhail Eisenstein, el padre del cineasta soviético. Parecen de una crema que vaya a derretirse.
Las calles del barrio de Vecriga, el casco viejo, testigos de una historia convulsa de pasado comunista, conservan el sabor de una ciudad con solera. La ruta del visitante debe comenzar por la plaza de la catedral de Santa María (siglo XIII). Allí se encuentra el disco que conmemora la inclusión del barrio antiguo como Patrimonio de la Humanidad. Impresionante es el órgano de la catedral, uno de los mayores del mundo. Cuenta con más de 124 registros y 6.718 tubos. Al llegar a otra animada plaza, la de Livu, la vista del turista deberá dirigirse a dos gatos de estilo art nouveau que se encaraman, en posición desafiante, sobre las torres Kaku Maja (casa del gato). Curioso, sin duda.
Metros después se alza la Torre de la Pólvora (siglo XIV), antiguo polvorín y cerca de aquí el viajero puede tomar el célebre licor Bálsamo Negro, todo un reto para el paladar y la garganta. De 45 grados, su fórmula emula el secretismo que encierra la Coca Cola. Con el ánimo levantado se accede a la puerta Sueca, la única que se conserva de las ocho que había en la muralla original. Merece la pena también detenerse ante las tres casas más antiguas de Riga, conocidas como las de los tres hermanos (siglos XV y XVI). Y cómo no, admirar el bello Castillo de Riga, construido por los caballeros cruzados de la Orden de Livona.
Un paseo por el parque del Canal, uno de los hitos de la nueva Riga, supone un recorrido por la ciudad moderna. Aquí, lo más destacado es el Teatro Nacional de la Ópera, que fue dirigido por el ilustre compositor Richard Wagner durante dos años. Como ocurre en otras ciudades europeas, es curioso contemplar el cambio de guardia que sucede cada hora, de 9 a 18 horas, junto al Monumento a la Libertad. Desde el Memorial de Piedra, que recuerda el asesinato de cinco civiles por un francotirador ruso en los 90, se divisa la colina del Bastión, los únicos restos que quedan de las fortificaciones levantadas en el siglo XIX para proteger las afueras de la ciudad. Y al final de la calle donde se alza la Universidad de Letonia está la sede de una de las organizaciones más importantes del país, la Casa de la Sociedad Letona. Una vez desaparecidas las murallas, la capital letona se expande más allá del canal por zonas ajardinadas y plazas donde se alzan monumentos en recuerdo de su pasado.
Merece la pena acercarse hasta la zona de Maskavas Forstate para ver llamativas iglesias, arquitectura de madera, restos de cultura judía aniquilada por nazis y soviets y quedarse con una de las pocas estampas que aún quedan de la época comunista, en especial de la Academia de las Ciencias, conocido como el Empire State de los proletarios. Mientras, los parques y los bulevares de Riga cuentan con plazas de inagotable actividad, terrazas donde saborear las especialidades gastronómicas o sus excelentes cervezas y mercadillos donde comprar la bisutería típica de ámbar. Y el mercado de flores no cierra nunca.
Riga tiene escasez de plazas hoteleras. Pero la ciudad, con una clara vocación turística, mejora a pasos agigantados. No obstante, se recomienda reservar alojamiento con antelación. Hay hoteles con una buena relación calidad precio, como el Ekes Konvents o el Viktorija, donde es posible lograr una habitación doble por un precio medio de 90 dólares.