El techo del mundo se halla en el Tíbet
Un paisaje de impresión rodeado de la cordillera más empinada del planeta, el Himalaya, a más de 4.500 metros de altitud, reclama la atención del turista más osado. Viajar a la región del Tíbet permite descubrir, además, excelsos monasterios y conocer a los lamas que practican una de las religiones más antiguas del mundo: el Budismo
Un paisaje de impresión rodeado de la cordillera más empinada del planeta, el Himalaya, a más de 4.500 metros de altitud, reclama la atención del turista más osado. Viajar a la región del Tíbet permite descubrir, además, excelsos monasterios y conocer a los lamas que practican una de las religiones más antiguas del mundo: el Budismo
Cuna originaria del budismo y rodeada de las cordilleras de mayor altitud de la Tierra que se elevan sobre más de 4.500 metros, la región autónoma del Tíbet, en la zona fronteriza del suroeste de China, se descubre al turista como un destino peculiar, exótico por su singularidad, quietud, belleza y un increíble paisaje que enamora repleto de picos nevados, glaciares, cumbres elevadísimas, anchos ríos, lagos de montaña, resortes geotérmicos, vastas mesetas y áreas pastorales donde deambulan yaks y monasterios que impresionan por su estilo. Es el techo del mundo.
Lhasa, a 3.700 metros de altitud, es la capital del Tíbet, y su reclamo más atractivo resulta, sin duda, el descomunal palacio de Potala, con 13 plantas, miles de estancias y 115 metros de altura. Construido en el siglo VII por el rey Songtsen Gampo, se divide entre el Palacio Blanco (que comprende los aposentos del Dalai Lama) y el Palacio Rojo, plagado de lujosas capillas doradas. Forma parte del legado Patrimonio de la Humanidad. Pero el lugar más sagrado para los seguidores del Budismo es el templo de Jokhang, también en la parte vieja de Lhasa.
Las estrechas calles de este barrio están repletas de puestos de comida y tenderetes donde se vende artesanía local. Dentro del recinto se encuentra una estatua de oro macizo del buda Sakyamuni. En los alrededores de la capital se erigen los tres principales monasterios del budismo tibetano: Drepung, Sera y Gandan. El primero (siglo XV) fue el mayor del mundo y llegó a acoger a 7.000 monjes. Otros lugares dignos de ser visitados son las tumbas de los antiguos reyes del Tíbet, los monasterios de Yongbulakang, Changzhug, Sangye, Tashilunpo y de Sagya, la fortaleza Qonggyai Zongshan o la montaña Qomolangma.
A 200 kilómetros de Lhasa se localiza el lago Nam-tso, el más alto del mundo, a 4.720 metros de altitud. Al sureste de la capital resulta recomendable recorrer el valle del Yarlung, que alberga el monasterio de Samye, del siglo VIII. Asimismo, el Gobierno de esta región autónoma tiene intención de abrir el cañón del río Brahmaputra, el más profundo y uno de los más largos del mundo, al turismo internacional. El viaje al Tíbet ofrece, asimismo, la posibilidad de acabar en el punto del planeta más cercano al cielo: El monte Everest, a casi 9.000 metros de altura. Todo un lujo al alcance de muy pocos.
El Tíbet tiene la peculiaridad, además, de poseer la línea ferroviaria más elevada del mundo, que comunica la metrópoli china de Pekín con el paraíso de los lamas. El tren del cielo, cuyo trayecto cuesta unos 160 dólares, recorre más de 4.000 kilómetros de distancia para llegar hasta el techo del mundo. Aunque los hoteles en el Tíbet no son especialmente lujosos, establecimientos como el Lhasa Hotel disponen de habitaciones modernas y cómodas. Algo alejado del centro se ubica el Tíbet Hotel, donde conseguir descansar sale al bolsillo, de media por poco más de 100 dólares la noche. La región puede ser visitada por los turistas foráneos, aunque se requiere de un permiso de las autoridades regionales aparte del visado que dispensa el Gobierno chino.